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martes, 9 de octubre de 2012

La Profecía



 ¿Por qué vivo encerrada? preguntaba, viendo a través del agua.
 Es un mundo que no me gusta mamá.
¿Porqué mi padre tiene tanto miedo?
¿Acaso puedo yo hacerle ningún mal siendo tan joven?
¿Qué me hace ser diferente?
¿Por qué tenemos que escondernos?
¿Acaso somos bandidas o tenemos una rara enfermedad?
Hija es algo parecido, tienen miedo de que contagiemos con nuestras ideas, le contestaba su madre.
_ Cuando tu padre el rey se disponía a partir con los demás caballeros  para  combatir en tierras lejanas.
 _Le pedí por el amor que me tenía que me dejara acompañarle, pues su suerte sería mi suerte.
¿Para qué me tomó por esposa si se alejaba, para sabe Dios si volver o no?
Las guerras se saben cuando empiezan, pero no cuando van a terminar.
Y yo no estaba dispuesta a esperarlo tantos años. Le imploré y le rogué pero todo fue inútil.
Fue a pedir consejo al gran sabio, y este le dijo:
Que reuniera a los caballeros de la corte, para ver qué le aconsejaban.
Así lo hizo.
El rey les contó que la reina quería acompañarlo en aquella larga travesía. Y qué si era necesario lucharía a su lado para
Defender el reino.
¿Donde se ha visto semejante locura?
¡Una mujer aunque sea la reina, en asuntos que solo compite al hombre!
¿Por qué  no se contenta como las demás tejiendo y bordando, aguardado vuestro regreso?
¿Acaso podéis fiaros de una mujer que se atreve a pensar en tal desatino?
¿Qué ejemplo daréis  a vuestros súbditos?
¡Deberíais desposaros  de ella!
Esta discusión duró hasta el que el sol se ocultó, con un veredicto:
Tendría que repudiar a la reina.
De nuevo subió a la montaña y preguntó al gran sabio, y este le dijo:
Ahora reúne a las damas de la corte y pregúntales.
Y así lo hizo.
Les mandó que se presentaran en audiencia ante el rey.
Con paso decidido y la cabeza muy alta, entró en la sala donde esperaban las mujeres. Todas enjoyadas y con sus mejores galas.
¿Qué querrá de nosotras se decían unas a otras?
El rey comenzó a contar los ruegos de su esposa. ¿Qué os parece?
¿Donde se ha visto semejante locura?
¡Una mujer aunque sea la reina en asuntos que solo compite al hombre!
¿Qué no se contenta como las demás tejiendo y bordando, aguardando vuestro regreso?
¿Acaso podéis fiaros de una mujer que se atreve a pensar en tal desatino?
Y volvió a preguntarle al gran sabio y este de nuevo le dijo:
Ahora ve y pregunta a los hombres y mujeres del pueblo a ver ¿qué te dicen?
Y el rey mandó a los emisarios para que al día siguiente fuesen a palacio.
El veredicto fue el mismo, tendría que repudiar a la reina, y él la amaba.
Regresó a la montaña y contó al gran sabio el resultado de la audiencia.
El soberano le dijo muy apesadumbrado:
_ No sé qué hacer, por un lado he visto el amor que me profesa la reina.
Y por otro he podido comprobar la lealtad de la reina para con su pueblo.
_ Pero es testaruda como una mula y,  me temo que nada de lo que le diga le hará entrar en razón.
Y mis súbdito y toda la corte me obligan a tomar una decisión que me resulta muy dolorosa.
¿Y tú qué quieres le preguntó el gran sabio?
El rey pensativo y cabizbajo le contestó:
- Yo no sé qué pensar.
¡Esa es la cuestión!: Mientras que tú estás hecho un lío porque quieres contentar a todos. Ella solo quiere contentarse
A sí misma. Y aunque sabe que nadie estaría de acuerdo, no teme a las habladurías y chismes del reino.
¿Por qué no puede acompañarte la reina?
¿Acaso una mujer no puede aprender el manejo de la espada?
Las mujeres celtas luchaban codo a codo con los hombres cuando su aldea estaba en peligro, cuando todo volvía a la normalidad, volvían a ocuparse de sus hijos y de su hogar.
_ ¿Qué si ha decidido unir su vida a la tuya?
_ ¿No te basta semejante prueba de amor hacia tú y tu pueblo?
_ ¿en quién podrías confiar si no en ella?
Tú eres el rey y tú das las órdenes en tu reino.
_ Todo depende de tú.
_ ¿has creído ni por un instante, que tendrías la respuesta para cada uno de los  que preguntaste?
_Mírate ni tú mismo lo crees ¿Como esperas que lo crean los demás?
Te diré algo que te va a sorprender.
¿Ella aun no lo sabe pero tendrá una hija que vendrá a cambiar el mundo?
Porque el pensamiento es libre, es lo único que no podemos atrapar ni encerrar.
El rey con enorme dolor repudió a la reina y la expulsó de palacio; Abandonándola a su suerte.
La reina lloraba y le imploraba, si la amaba porqué procedía de aquel modo tan cruel.
No quiso nada de él ni siquiera un caballo, se fue anduvo sola por el bosque hasta  llegar al valle.
Apenas sin fuerzas dijo:
¡Madre mía ayúdame en estos momentos de dolor y abandono!
Y quiso la suerte que el sabio pasara por allí, y reconociendo a la reina la llevó a la gruta de la montaña.
EL  buen hombre cuidó de ella y de su hija que nació meses después.
El sabio permitió que la soberana,  siempre pudiese saber de su esposo y de su pueblo:
Para ello la llevó a lo más hondo de la cueva y la mostró un pequeño lago de aguas cristalinas, desde el que veía el mundo de afuera.
Así la princesita pudo conocer el lugar, a sus gentes y a su padre el rey.
El sabio observaba muy de cerca a la niña, y se preocupó de que aprendiera lo necesario para que un día heredara el trono.
Por sus dotes de vidente pudo saber que acontecimientos venideros, harían cambiar de forma de pensar a todos aquellos que la rechazaron.
Y pasaron los años...
Y la princesa Celeste, fue el nombre que le dio su madre, porque a través de un agujero en el techo de la cueva se veía el
Cielo de día y de noche las estrellas.
Su benefactor le enseñó el manejo el arte de manejar la espada, así como a conocer el mágico mundo de las hierbas y sus propiedades.
Una mañana escucharon ruidos de caballos y jinetes que cruzaban el valle en dirección al poblado.
Los tres corrieron a mirar al lago, y pudieron ver con una horda de bandidos asaltaban el palacio.
Tomaron el poder apenas sin esfuerzo y al rey lo hicieron prisionero junto a sus soldados.
Celeste resolvió ayudar a su padre y demostrarle cuanto lo amaba.
Con la ayuda de la reina y el hombre sabio ideó un plan:
Fabricarían unas velas hechas de adormideras, que al prenderlas en todas las estancias  del castillo desprenderían el suave olor de las amapolas, y el narcótico  surtiría efecto dejándolos dormidos, liberarían a todos los hombres leales al rey y recuperarían el reino.
Esperaron un tiempo prudencial se hicieron pasar por mercaderes.
Como había imaginado un olor nauseabundo no tardó en esparcirse, debido a que habían convertido en una pocilga todo el lugar.
Y sus costumbres dejaban mucho que desear.
El sabio se hizo pasar por galeno, aconsejado al señor de los bandidos, y le previno:
Si no remediaba aquella situación, enfermarían incluso podrían morir.
Con gran disimulo al partir fue soltando unas pequeñas bolas que al abrirse dejarían un olor terrible, para dar más veracidad a la historia.
Todos se levantaron con a la mañana siguiente con un fuerte olor a huevos podridos.
El señor de los bandidos mandó a buscar a la muchacha  que vendía aquellas velas aromatizadas, seguramente mitigarían el mal olor.
Compró todas las que Celeste había fabricado y la obligó a acompañarle.
_ ¡De prisa y coloca las velas este olor es insoportable!
Celeste recorrió todas las estancias y en cada una de ellas las fue prendiendo; Estas al derretirse comenzaron a extender su aroma y con él la sustancias de la flor de la adormidera, el  narcótico con el que estaban impregnadas.
Uno a uno fue cayendo en un soporífero sueño.
Celeste entonces le quitó las llaves de las mazmorras,  liberó a su padre y a sus soldados. Que amordazaron a los bandidos los llevaron en carros y los fueron tirando al río.
El rey quiso saber quién era aquella valiente y audaz muchacha, que con tanto ingenio le devolviera su reino.
¿_Hija cómo te llamas?
¿Quién eres?
Y la joven le respondió:
Decid bien majestad, vuestra hija soy y Celeste es mi nombre.
Mi madre vuestra esposa la reina, Brigit hace tiempo que os espera.
El rey al escuchar esto, se arrodilló y le pidió perdón a su hija por todo el daño causado.
Celeste levantándolo del suelo le dijo:
No es a mí a quien tenéis que suplicar, es a mi madre a la que tenéis que sentar a vuestro lado en el trono.
Ella ha hecho posible que yo te ame.
Entonces entró el viejo sabio de la mano de la reina Brigit.
El rey la vio avanzar tan bonita como la recordaba.
Llevaba el mismo vestido con el que la viera marchar la última vez, cuando temeroso de la corte la repudió.
En su cintura ceñía una espada con el escudo del reino.
El rey comprendió lo que su amada esposa quería decir sin palabras, y acercándose a ella la cubrió de besos rogándole el perdón.
La reina Brigit mirándolo a los ojos le dijo:
Es en nuestra hija donde debe florecer el agradecimiento de nuestro pueblo, otorgándole el derecho y la libertad de elegir libremente lo que ella decida.
El monarca tomó de la mano a Celeste y la sentó en su trono diciéndole:
Hija mía me has demostrado que puedes ser una buena reina  y que puedo morir tranquilo.
Pues tú heredarás la corona.
Celeste fue la primera mujer de la antigüedad que reinó por muchos años.
Mandó a grabar en su escudo de armas " Dios hizo al hombre y a la mujer con el mismo barro.
Celeste gobernó con justicia y sabiduría.

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