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martes, 9 de octubre de 2012

Brenda Curandera



En lo profundo de un bosque, vivía un anciano con sus tres hijos, los dos jóvenes eran fuertes y robustos, ayudaban a su padre talando árboles y cortando leña, para más tarde venderla por los pueblos de los alrededores.
La más pequeña era una chica muy espabilada, a las que las gentes del lugar, requerían de vez en cuando, pues todos sabían que Brenda era una muy buena conocedora de las hierbas y plantas, que curaban a hombres y animales.
Un día acertó a pasar por allí el hijo del duque, y Brenda en cuanto lo vio, se enamoró de él.
Sabiendo que su amor nunca sería correspondido, suspiraba día y noche por el dueño de sus amores.
Se sentaba cada tarde, para verlo regresar de sus cacerías.
Y acaeció que un caluroso día de verano, estando como siempre esperando, para verlo de lejos, vio venir varios caballos, y a lomos de uno de ellos, le pareció ver, al hijo del duque.
Corrió a su encuentro, el escudero le dijo: que se había puesto a morir, al poco tiempo de beber agua de un pozo.
Brenda los condujo hasta su humilde casita, y en un camastro le dio acomodo.
Cuando la luz dio sobre el rostro del joven, pudo comprobar el color que estaba tomando su piel, le miró a los ojos y leyó en sus pupilas, qué era lo que estaba atacando y dañando aquel cuerpo, que ahora yacía, en su cama.
Buscó en la alacena, cogió un mortero y comenzó a triturar hojas de tejo y dientes de león.
Hirvió el agua, que tomó, el color del barro, después se lo dio a beber a pequeños sorbos.
Su madre le había enseñado, el arte de conocer las hiervas y poder curar con ellas.
El joven duque deliraba, la fiebre le subió, y Brenda enfrió unas gasas en el agua del río, con ellos envolvió el cuerpo de su amado.
Luego encendió un fuego en una marmita, cerró las ventanas, y se quedó a solas, todo el día y toda la noche velando sus sueños.
A la mañana siguiente, el joven duque abrió los ojos, pidió agua, sintiendo cómo la vida le volvía al cuerpo, Brenda corrió a su lado y el duque al verla le dijo: ¿cómo te llamas linda muchacha, a quien debo agradecer que me encuentre de nuevo en el mundo de los vivos?
Brenda es mi nombre señor, y yo soy quien ha velado por su salud.
El hijo del duque, quedó prendado de la hermosura y buen corazón de aquella muchacha.
Una vez repuestas las fuerzas con unas viandas que la chica preparó, el joven se disponía a despedirse de la curandera.
Brenda le dijo:
Señor prometedme,  que de ahora en adelante mandará  a hervir el agua antes de tomarla, y cuando estuviere por aquellos parajes, cuando sintiera sed,  bebería de un río o arroyo, de un agua que fluyera,  y no de la que estuviese  quieta.
Cuidaos de comer carne que no esté, lo suficientemente, hervida o asada.
Debéis mandar, lavar toda fruta, y verdura antes de comérosla, pues os pueden traer algún mal.
No malgastéis energías innecesarias, disfrutad del aire fresco de la mañana, y cuidaos del frío de la noche.
Y tomando sus manos entre las suyas le dijo:
Mi madre me enseñó, que el cuerpo es el templo del alma, y tenemos el deber de cuidar de ambos, cada vida es sagrada, un milagro inexplicable que está sucediendo día a día, sucede cada vez, que un hombre y una mujer se aman.
No sólo eres bonita, también posees el don de la palabra le dijo complacido.
Agradeció la ayuda que desinteresadamente le había prestado, llevándose a sus dos hermanos, como guardia personal, y a Brenda la llevó a palacio para presentarla a sus padres, cómo su futura esposa.
Brenda pudo enseñar el arte de curar, con la ayuda de su esposo, y para que no se perdieran esos conocimientos, mandó al escribano que se recogiera en un libro, todo aquel saber de su encantadora mujercita.



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