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sábado, 15 de septiembre de 2012

El Hijo de Mar



Había una vez un humilde pescador, que vivía con su esposa Lisa, en una cabaña junto a la playa.
 El matrimonio era feliz, aunque echaban en falta, la risa de un niño o niña, que alegrara sus vidas.
Una de tantas mañanas, que Antón, pues ese era su nombre, salió a pescar, tiró la red al mar, y para sorpresa suya se llenó enseguida de peces plateados de gran tamaño.
 Tiraba y tiraba, pero esta se había vuelto muy pesada.
Solo no lo conseguiré, y volcaré mi pequeña barca.
 En eso estaba cuando oyó una voz, 
¡ayudadme, ayudadme buen hombre! soy la hija del rey del mar, si me liberas y me devuelves a mis azules aguas, mi padre te premiará.
Antón se sumergió, con un cuchillo, y de un tajo partió la red en dos, sin importarle perder tan preciada carga, pues este era su único sustento.
Allí enredada, estaba la criatura más extraordinaria que había visto jamás; sus largos cabellos, eran del color del mar, cuando el sol se oculta entre sus aguas.
¡Una sirena ¡ había oído siempre hablar de ellas, en alguna que otra taberna, pero nunca creyó que existieran.
La bella muchacha al sentirse libre, dio las gracias y se despidió del pescador, que la vio alejarse perdiéndose en las profundas aguas.
Se disponía a marcharse, remando hacia la playa, cuando una gigantesca ola se alzó ante él. De ella salió el mismísimo rey Neptuno, que le dijo:
Por haber prestado ayuda a una de mis adoradas hijas, pídeme lo que quieras, que te será concedido.
Antón se acordó de su mujer.
Ella deseaba tanto un hijo o una hija, y él quería tanto a Lisa…
Que así se lo hizo saber, al rey del mar, y éste le habló con una voz cavernosa.
Ven mañana, y tráeme dos perlas, una blanca y otra negra, y diciendo esto se perdió entre las aguas.
Contento volvió Antón a su cabaña, aunque sin pescado que llevarse a la boca, sólo pensaba en la dicha, que traería ése niño o niña a su hogar.
Después de contarle lo sucedido a su mujer, se retiró a descansar, pensando en cómo podría conseguir las perlas, que le había pedido el rey del mar.
Se quedó dormido junto a Lisa, y tuvo un sueño.
 En él, la bella sirena que liberara, aquella mañana lo guió hacia los acantilados, y mostrándole una gruta sumergida, le enseñó el camino, para poder encontrar las perlas.
Al amanecer cogiò la barca, y siguiendo los pasos que la sirena le mostrara, encontró sus ansiadas perlas, dos maravillosas y preciosas perlas, una blanca y otra negra, y con ellas esperó en el lugar indicado...
Al atardecer, apareció el rey, y Antón cogiendo las perlas, las depositó en las gigantescas manos de Neptuno, que sopló sobre ellas, y al instante, un hermoso niño surgió.
De cabellos negros como la noche y la piel color del melocotón
El pescador abriendo los brazos, cobijó al pequeño, y quitándose la camisa lo envolvió, para que no cogiese frió.
¡Tened cuidado! con este ser que os doy, Pues solamente, una vida tendrá para caminar en esta tierra.
El cuerpo del niño que ahora contemplas, alberga un alma, más preciosa aun, que las perlas que me has entregado.
Cuidad de vuestro cuerpo, porque cuando éste se daña, por enfermedad, o accidente, el alma se escapa, dejándolo atrás, como deja el cangrejo de mar su concha vacía, cuando esta ya no le sirve.
Y, con un gran remolino se hundió, en las frías y profundas aguas.
Antón remó hacia la orilla, donde Lisa su mujer, lo esperaba ansiosa.
Tomó al niño en sus brazos, acarició su linda carita, contemplando el hermoso regalo, que le había entregado el Dios de la mar.
El pequeño al sentir el calor de las manos de la esposa del pescador, se acurrucó en su regazo, y por primera vez Lisa sintió las delicias de ser madre.
Antón, abrazaba feliz a su esposa, junto a su hijo, que parecía sonreírle, con sus lindos ojos negros.

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