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jueves, 13 de septiembre de 2012

La Pequeña Molinera

Había una vez una linda molinera que vivía en un molino junto al río, molía la harina que más tarde vendería en el pueblo.
Al amanecer ya estaba,  muele que te muele para salir temprano.
A la vuelta se pasaba por la fuente, para llenar el cántaro de agua fresca.
Blanca no tenía nada, pero poseía un Don.
Era su risa que cuando se escuchaba alegraba todo el valle, los chiquillos y los animalitos del lugar se acercaban a ella para contagiarse de su alegría.
Y jugaban a su alrededor acompañándola todas las mañanas en su camino hacia el pueblo.
Un día cuando estaba en estos menesteres, sintió un ruido y vió caer a sus pies trocitos de piedra , que provenian del muro donde estaba apoyada., descansando para emprender el camino al molino.
¿Quien anda por ahí?
Dijo: Me has asustado, ¿acaso eres mudo?
Chis chis , no grites que te van a oir los soldados, acércate.
Blanca se acercó sigilosa.
¿quien eres?
Una voz al otro lado le contestó:
Soy Sebastian el hijo de la cocinera de Palacio, no me está permitido salir de aquí pues temen que empeore, y mi madre le ha pedido al rey que me vigilen los soldados.
Pero ella no sabe que esta soledad para mi, es como la más temible enfermedad.
Por eso te pido que vengas a hacerme compañía, y charlar conmigo.
Cuando te acerques a la fuente, hazmelo saber de algun modo.
¿ y como llego hasta voz?
Bastará con que oiga tu risa igual que hoy, sabré que has llegado.
Así pasaron los años...
 Los jóvenes fueron creciendo y con ellos un sentimiento profundo.
Ninguno de los dos se conocían, ni se habían visto en todo aquel tiempo.
Tan solo la risa cantarina de ella , era lo único que el viento le traía  como un regalo cada día.
Y blanca solamente conocía su voz, su amada voz que podría reconocer en cualquier lugar.
Un día vinieron a buscarla unos soldados de Palacio, y le ordenaron que llevara la harina de su molino
a la cocina real , para que las cocineras pudieran ver su calidad y blancura.
Pues el rey preparaba los festejos para que el joven principe eligiera esposa.
Blanca se puso muy contenta, si tuviera suerte sería una oportunidad para conocer a Sebastian el hijo de la cocinera.
El muchaco que le había robado el corazón.
Esperaba verlo deambulando entre las gentes del Castillo, se esforzaría por poner el oido, a ver si podía reconocer aquella voz que le acompañaba desde hacía tiempo en sueños.
Y Sebastian de la misma forma se pasaba las horas, en el balcón que daba a las cocinas.
Había tal bullicio, gente entrando y saliendo.
Bellas muchachas con los cántaros de harina  para el pastel de bodas.
¿Cual sería Blanca? Ella vivía en el pueblo, recordaba que su casa era un molino y que estaba junto a la orilla de un río.
Estos pensamientos le rondaban la cabeza cuando:
Una de aquellas jovencitas resbaló y cayó al suelo, la vasija se rompió en mil pedazos cubriéndola de harina de los pies a la cabeza.
Todas comenzaron a reir y con el aire se elevó aquella risa cantarina que tan bien conocía.
¡ Era ella la molinera que le había brindado su amistad tanto tiempo!
Y que se había colado poquito a poco en su corazón.
De un salto llegó hasta el patio, y amorosamente le fue quitando la harina que la cubría.
 Se quedó mirándola, la había imaginado mil noches, siempre se preguntaba como sería la dueña de aquella risa.
Y de sus labios salieron las palabras y el viento las hacía llegar a Blanca.
- Tu risa pequeña molinera ha sido la mejor medicina que ningun galeno me pudiera dar.
Has alimentado mi alma y has encendido mi corazón.
_¡Ah! ¿eres tú?
Pero mi señor dijo confundida- una sonrisa no cuesta nada y alegra al que la recibe.
La risa abre las puertas de la alegría y las cierra al dolor.
Su padre que los  observaba, se dirigió  a su hijo y le dijo:
¡Supongo que  pararas de pedir harina, ya que has encontrado a tu molinera!
Y todos comenzaron a reir.
Cuenta que el pastel de bodas, fue el más grande que nunca se viera en mucho , mucho tiempo.
Y todos comieron de él y fueron felices.

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